Por Sheila Cohen.

Hay quienes piensan que la realidad es solo una construcción social y que todo lo que vemos es una ilusión. Este es el caso de Pablo Boneu, fotógrafo argentino, cuyas fotografías recortadas o deshiladas sobre diferentes soportes son anagramas visuales que el espectador deberá descifrar. Sus obras son ventanas que nos invitan a entrar en otra dimensión, a ver más allá de la primera impresión e indagar lo que hay detrás de aquello que la cámara captura.

¿Cuál ha sido tu trayectoria como artista?

Empecé a hacer arte, sin saber que era arte, a los 17. Como a los 20, logré mis mejores obras, sin considerarlas obras. Desde entonces, he perdido el camino y lo he vuelto a encontrar decenas de veces. He repetido y recreado las mismas dudas y obsesiones, hasta el extremo de que casi no se reconozcan como tales.

¿Qué presencia tienen tus orígenes en tu obra?

Me imagino que mucho más de lo que puedo darme cuenta. Ya sabemos que la memoria no es letra muerta, por el contrario, recrea nuestro pasado constantemente según nuestros deseos y necesidades. No podemos pensar en nuestros orígenes, sin un considerable grado de ficción.

¿Por qué decidiste ser fotógrafo?

Desde el principio, la fotografía me permitió materializar rápidamente mis urgencias visuales, pero nunca fue un fin en sí mismo. No me considero fotógrafo. Me siento más cómodo pensando que las imágenes que construyo son solo un punto de partida, que puedo faltarles el respeto sin remordimiento y transformarlas en otra cosa. Además, ¿quién puede jactarse realmente de haber decidido quién es?

¿En qué te inspiras para crear?

Más que inspiración, en mi caso lo siento como una perturbación. Para mí, el proceso creativo es una reacción involuntaria, una acto reflejo a mis circunstancias físicas, químicas o mentales que no llego a controlar del todo. Hay pensamientos que surgen espontáneamente.

¿Cuáles son tus influencias?

Los primeros nombres que me vienen a la mente, curiosamente, no son de artistas. Son de intelectuales que provienen de la microbiología o la psicología conductual. Lynn Margulis y David Kahneman son referentes persistentes en mi trabajo actual.

Mentes brillantes y generosas que me han ayudado a pensar con más rigor y claridad. Aunque también debo reconocer que en el otro extremo de la inteligencia y la sensibilidad, obras como las de Marcel Schowb y Tristan Tzara han sido y son mi compañía más íntima y gozosa.

¿Qué es lo que te inquieta o te da curiosidad?

El comportamiento humano y la indiferencia del Universo.

¿Qué quieres trasmitir a través de tus fotografías?

No pretendo dar mensajes, mis obras son experimentos mentales y estéticos. Si bien la mayor parte es figurativa, el relato, o más precisamente la multiplicidad de relatos que desencadenan las piezas que hago, son propiedad de quien las observa.

Experimentas con múltiples técnicas, ¿cómo eliges la más apropiada para cada proyecto?

La mayoría de mis proyectos requiere el desarrollo de una técnica específica para que pueda existir. Es decir, cuando pienso en una obra, casi siempre se manifiesta, desde el principio, en relación a un soporte o una técnica específica que tengo que desarrollar.

Fotografías a desconocidos, ¿qué rasgos o características buscas en los individuos que escoges retratar?

Todo individuo encierra una multitud. A veces tengo la suerte de poder reconocer en las personas, a ese otro que está oculto, inclusive para ellos mismos. Cuando lo veo, lo retrato.

La fotografía es solo el fragmento de un todo, una perspectiva de los acontecimientos. En ese sentido, ¿consideras que tiene la capacidad de revelarnos la verdad?

No creo en las revelaciones y menos de la verdad. Para mí, la verdad tiene que ver más con buscar que con aceptar. Es un ejercicio intelectual, no un acto de fe. Dicho esto, me sentiría halagado si alguna de mis obras aporta herramientas que faciliten esa búsqueda.

La ilusión es un tema esencial en tu obra. ¿Crees que la realidad es una construcción social, y por consiguiente, lo que vemos está cubierto por el velo de la percepción?

Sí, la realidad es sin lugar a dudas una construcción social, pero también, y antes que nada, es una consecuencia de nuestra biología. La ilusión es un límite que atraviesa nuestros sentidos. Ni el conocimiento ni la voluntad nos ayudan para desactivarla. Quiero decir, la ilusión no es la excepción, es la regla en nuestra percepción. Gracias, y no a pesar de ella, construimos eso que llamamos realidad.

¿Qué significado tiene el acto de recortar, desintegrar o desmenuzar tus obras?

Son estrategias para encriptar, para generar anagramas visuales que el espectador tiene la posibilidad de reconstruir o descifrar. En mis obras, paradójicamente, lo más importante es eso que no se ve. Se infiere o se adivina, pero que no es evidente. Lo oculto es lo que determina la obra. Y esto se aplica tanto para el concepto como para la materia, la técnica o el sistema que sostiene cada pieza.

¿Intentas cuestionar el valor que le damos a las cosas, el dinero, los re- cuerdos o, por el contrario, pretendes develar lo que pasa desapercibido ante nuestros ojos?

Cuestionar y develar son dos estrategias que pueden servir para lo mismo, no son antagónicas. Pero la verdad no me interesa convencer a nadie y tampoco creo que haga falta. Los humanos no somos tan diferentes como nos gustaría creer. Estoy seguro de que otras personas tienen las mismas dudas o inquietudes que yo, y por lo tanto, por lo que hago, les resuena de alguna manera como propio, eso es todo.

¿Por qué crees que necesitamos encontrarle un sentido a todo lo que nos rodea?

Creo que la narración es un procedimiento inherente a nuestra condición humana y quizás lo sea de todo ser vivo que tenga conciencia. En su forma básica, pienso que es una herramienta de supervivencia. Tratamos de organizar el mundo como algo coherente y seguro. Para ello establecemos relaciones de causalidad, inclusive, entre sucesos que no la tienen.

Preferimos la mentira al sinsentido. Cualquier explicación, por más descabellada que sea, es preferible a no tener ninguna: he allí el triunfo de las religiones y los charlatanes. Somos la historia que nos contamos.

Si tuvieras que darle algún consejo a un artista emergente, ¿cuál sería?

Que no me escuche. Ni a mí ni a nadie que quiera darle un consejo.

¿Consideras que la belleza se encuentra en los ojos de quien la mira o al revés?

A un nivel cuántico la realidad no existe si no la estamos mirando o midiendo. Extrapolar este principio a nuestra escala cotidiana puede resultarnos poco creíble, pues cuando cerramos los ojos, sabemos por experiencia que las cosas siguen estando allí.

Ahora bien, también sabemos que nuestro cerebro organiza el mundo y lo categoriza según nuestros particulares parámetros humanos –biológicos y culturales–, por lo cual, más allá de todo misticismo, no tengo argumentos fiables para pensar que eso que llamamos belleza se encuentra en otro lugar que no sea en nosotros mismos.

Si tuvieras que quedarte con uno de los cinco sentidos, ¿cuál escogerías?

La vista. Prefiero un verdugo que me sea familiar.

¿Cuál crees que es la función del arte en la actualidad?

En la actualidad es frecuente que el arte “se consuma” solo como entretenimiento. A veces esto no tiene que ver con la obra de arte en sí misma, o las intenciones del artista, sino más bien con sus circunstancias de exhibición, distribución y comercialización. Tampoco creo que ese procedimiento sea exclusivo de esta época, pero sí lo es la envergadura y la omnipotencia que ha logrado. Hace rato que vivimos en una “sociedad del espectáculo”, como diría Guy Debord, y por supuesto el arte no es inmune a ello.

Por eso pienso que, en la mayoría de los casos, el arte funciona actualmente como un narcótico más: o bien es complaciente y nos adormece, o sucumbe a la lógica de la novedad y se transforma en meros fuegos artificiales que nos aturden y maravillan, pero luego desaparecen sin dejar rastro.

Pero si en cambio, me preguntarás en qué me gustaría que se transformara el arte en un futuro próximo, ahí sí me pondría nostálgico, y te diría que se pareciera a las vanguardias de principio del siglo XX. Que nos aportara otra forma de experimentar y ver el mundo: que nos transformara una vez más en herejes de nuestras propias creencias.

¿Y el compromiso del artista con la sociedad?

Uno no es artista todo el tiempo, se es artista cuando hace arte. El resto del tiempo somos muchas otras cosas, entre ellas, ciudadanos. Siendo ciudadano creo en el deber de compro- meterse de alguna manera, en crear una sociedad más tolerante y más equitativa. Si bien el arte político o de protesta se nos presenta como una opción de compromiso, muchas veces me desilusiona. Intenta convencer más que aportar elementos de reflexión.

Su estrategia de discurso es similar al que sigue la publicidad o la que articula un predicador, y un predicador es por definición un fanático, es decir, un intolerante embriagado con su propia verdad. El arte que me interesa no aporta certezas.

¿Cuál es tu motto o lema personal?

No por ver he de creer.