Por Sheilla Cohen.

En la historia del arte la mujer ocupa un lugar central, aunque pasivo y sumiso. El cuerpo femenino siempre se ha observado desde la mirada masculina como objeto de deseo. Por ese motivo, la mayoría de desnudos han sido de figuras femeninas, como afirma el filósofo, crítico de arte y pintor, John Berger (Londres, 1926) en su libro Modos de Ver[1].

De esta forma, las mujeres han sido reconocidas por su representación como musas y no por su potencial artístico. [2] Asimismo, en la historia del arte, escrita desde la perspectiva hegemónica patriarcal, hay una ausencia grave desde un enfoque de perspectiva de género. [3]

A lo largo del tiempo las artistas mujeres se han enfrentado a una serie de obstáculos y retos para ser tomadas en cuenta; diversos factores desde la nacionalidad, hasta la edad o la religión, influyen en sus probabilidades para ser acogidas por el sistema del arte. [4] Aspectos que se suman también a las expectativas sociales entorno a la maternidad, el quehacer doméstico y el tiempo que dedican a la crianza de sus hijos y a su realización personal.  

Mely Barragán, BEHAVE, 2020.

Los prejuicios de género ponen en tela de juicio la calidad de su trabajo; por consecuencia su representación y visibilidad es vista definitivamente inferior a la de sus contrapartes. Recientemente dio inicio una revalorización de la obra de grandes artistas de la modernidad, cuyas propuestas son una gran aportación para la historia del arte. Sin embargo, la desigualdad de condiciones para las artistas mujeres en la actualidad persiste en cuanto a su representación en museos, galerías, colecciones, exposiciones y ferias de arte, de ahí que su obra se cotice por debajo del género opuesto en el mercado del arte. 

Por otra parte, las narrativas ortodoxas de la historia del arte, clasifican el arte hecho por mujeres dentro de la categoría de “arte femenino”, pero es vital no caer en esa “lectura de género” que precisamente refuerza los prejuicios de esa categoría, la cual contempla a todas las artistas mujeres dentro de una misma clasificación por el simple hecho de ser mujeres y no por la propuesta discursiva y estética de sus obras. 

Andrea Villalón, Significador, 2020.

Precisamente, la variedad de técnicas, formatos y medios que emplean las artistas contemporáneas en su práctica artística personal, es un reflejo de la diversidad y pluralidad que existe en el panorama actual en la creación y producción del arte contemporáneo. 

Por este motivo, es indispensable crear nuevos espacios que sean un punto de encuentro entre artistas mujeres que provengan de diferentes contextos, generando un diálogo transversal, multidisciplinario e intergeneracional de narrativas diversas; en el cual se expongan posturas políticas sobre el feminismo y la perspectiva de género, pero al mismo tiempo, converjan discursos y propuestas estéticas. 

No basta con nombrarlas, ni hacer exposiciones que funcionen como cuotas de género, sino mas bien, crear iniciativas, proporcionarles espacios y plataformas que visibilicen y promuevan su obra por su propuesta discursiva y estética. Solo así tendremos la oportunidad de repensar, redefinir y escribir la historia del arte desde una perspectiva de género reciente y actualizada.

Fernanda Carri, «LA FALSA ILUSIÓN DE CONTROL (I), 2020.

Bibliografía:

[1] John Berger. (2005). Modos de ver. España: Gustavo Gil.

[2] Sonia Ávila. (2018). Artistas mujeres en los museos. 28 de agosto del 2010, de ContraRéplica Sitio web: https://www.contrareplica.mx/nota-artistas-mujeres-en-los-museos2018211256

[3] Sandra Barba. (2016). Las mujeres y los museos. 28 de agosto del 2020, de Letras Libres Sitio web: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/las-mujeres-y-los-museos

[4] Sandra Barba. (2016). Contra lo femenino. de agosto del 2020, de Letras Libres Sitio web: https://www.letraslibres.com/mexico-espana/contra-lo-femenino#_ftn1