Por Sheilla Cohen.
Desde el muralismo, el arte mexicano no había podido encontrar una voz propia que se deslindara de ese lenguaje nacionalista y que reflejara el panorama actual. Fue hasta los años noventa, después de que varios fenómenos sucedieran para que se transformara y redefiniera la manera en la que se produce y se vende el arte, cuando finalmente resurgió la escena artística local.
A partir de ese momento, esta industria ha evolucionado vertiginosamente, principalmente en la Ciudad de México, aunque también en Guadalajara, Monterrey, Puebla y Oaxaca.
Esta efervescencia en la escena artística local, con la apertura de galerías, concept stores, y restaurantes de chefs reconocidos en la zona centro/poniente de la capital mexicana, no solo ha contribuido a la gentrificación de antiguas colonias, que ahora están ocupadas mayormente por extranjeros, hipsters y gente dedicada al arte, la cultura y la moda, sino que ha conseguido adquirir la visibilidad internacional necesaria para que México sea considerado un epicentro del arte y uno de los destinos turísticos más atractivos.
Cada vez hay más lugares que promueven a artistas jóvenes, como es el caso de Lulu, que es una de las tantas galerías que se han abierto en los últimos años en las colonias Roma, Condesa, Cuauhtémoc, Escandón, Juárez, Doctores y San Rafael.
Este espacio, que originalmente medía nueve metros cuadrados, ha contribuido, al igual que las otras galerías que surgieron, a modificar la identidad de la ciudad y, sobre todo, de estos barrios que por muchos años permanecieron abandonados tras el sismo de 1985.
Sin embargo, Lulu no es como cualquier otra galería de arte comercial; se distingue de las demás por mantener su visión romántica de exhibir el arte por amor al arte. Eso no quiere decir que no vendan las obras que se exponen, pero, a diferencia de las galerías tradicionales, no representan a ningún artista, sino, más bien, trabajan en proyectos específicos con los artistas que el curador Chris Sharp selecciona para cada muestra.
Todo comenzó en una habitación en el interior del estudio del artista multidisciplinario Martín Soto Climent, después de que Chris Sharp, actual director de la galería, quedara enamorado de la Ciudad de México y dejara París tras haber pasado una temporada en el estudio del artista mexicano en el 2012.
En aquel entonces, Climent estaba completamente desconectado de la escena artística local, pues, aunque se formó en la Ciudad de México, realizó la mayor parte de su práctica profesional en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, ambos buscaban una excusa para permanecer más tiempo en México; querían contribuir de alguna manera a la escena artística de nuestro país y crear un detonador de diálogo.
Después de varias pláticas en la juguería Lulú, que lleva el nombre de su dueña y está ubicada a unas calles del estudio de Martín en la calle Bajío n.o 231, decidieron formalmente abrir un espacio independiente de arte que fuera honesto y coherente con sus ideas y posibilidades en una superficie de nueve metros cuadrados en el mismo edificio en el que se encontraba el estudio de Soto Climent.
Más que una limitación, esos pocos metros representaron un reto para ambos; fueron un incentivo y, al mismo tiempo, un estímulo para la depuración de las ideas. “Los espacios pequeños son, en algunos casos, más complejos de llenar que los grandes.
Es necesario tener una idea muy clara y bien determinada para no caer en lo decorativo o en lo barroco, y para no perderse en lo insustancial.Sin duda, es un ejercicio creativo complejo e interesante”, afirma Climent, quien, en un principio, fungió como codirector, pero que, unos años después, dejaría la posición a cargo de Chris Sharp para enfocarse a su práctica como artista.
Su distanciamiento del cargo también se debió a que su intención nunca fue la de jugar el rol de curador o de crítico, ni mucho menos la de aspirar a convertirse en un “seleccionador” que solo favorece el tipo de arte que le place estéticamente, ya que él solo cree en la idea de generar posibilidades para otros artistas.
Por eso, afirma que es imprescindible que los artistas jóvenes no se desesperen y que confíen en la energía condensada que hay en la obra, porque eso será lo que impulsará sus vidas. Como artista, promotor y cofundador de un espacio alternativo que promueve a jóvenes que apenas están empezando su carrera artística, aconseja a todo aquel que deseé dedicarse al arte que se concentre en la intensidad de su obra y en mostrarla cuando considere que está lista para salir al mundo, siempre y cuando tenga algo que decir.
No importa si les toma unos meses o veinte años, lo importante es que su obra sea honesta y contundente. Por ese motivo, desde su comienzo, Soto Climent y Sharp se plantearon objetivos claros: exhibir artistas que difícilmente puedan verse en otros espacios de la ciudad, ya sea en galerías privadas, museos o instituciones públicas, y apoyar a los artistas locales, especialmente a los más jóvenes, para detonar en ellos un estímulo creativo y una reflexión intelectual sobre las posibilidades de su propia obra.
Desde su apertura en el 2013, el atípico espacio de arte ubicado en la Roma Sur entre una taquería y un local de comida corrida, que abre sus puertas al público únicamente los sábados –aunque es posible visitarlo entre semana con previa cita–, no solo ha sido una propuesta alternativa entre la proliferación de galerías comerciales, sino que, además, ha contribuido a transformar la vida del barrio en el que se encuentra ubicado al darle un pedacito de arte a los vecinos que se han acostumbrado a que cada dos meses cambien de exhibición y, ¿cómo no?, a beber los deliciosos jugos de la juguería Lulú, que se sirven a los visitantes cada vez que se inaugura una exhibicióncomo un ritual de buena suerte.
En ese sentido, Lulu no solo se ha caracterizado por presentar el trabajo de artistas que, en su mayoría, no han expuesto en México ni en el resto de América Latina, sino también, por fungir como un punto de encuentro entre personas con intereses compartidos; un espacio de relaciones inmediatas e íntimas entre artistas, curadores, gente local o extranjeros que están de paso.
Con el tiempo, el proyecto creció a tal grado que ambos fundadores decidieron expandirse y abrir un segundo espacio, casi idéntico al primero, en la misma casa, pero en un local comercial que da a la calle. La intención de ambos nunca ha sido ambiciosa; al contrario, buscan ofrecer a los artistas mayores posibilidades de desarrollar proyectos de manera simultánea.
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